Ese animal feo y carroñero que vemos volando, a la caza de cuanto material orgánico descompuesto caiga bajo su mirada, ese animal a quien relacionamos con la muerte y le hacemos señas para alejar la pava, ese animal a quien conocemos como zamuro, de pronto nos da unas clases sobre la naturaleza que nos indican que no todo es malo en lo malo.
Si lo vemos volando nos damos cuenta que como aves voladoras, su conformación los lleva a ejecutar vuelos hermosos donde se aprovecha lo aerodinámico de sus figuras que en el suelo se ve tan desgarbadas, cuando las bandadas se concentran nos maravillamos al ver que por muchos que sean los que en el aire revolotean, nunca chocan entre si, a pesar de que a la hora de disputarse la comida en la tierra, se peleen casi continuamente.
Antes se tenía la costumbre de arrojar a los techos lo que sobraba de las entrañas de los animales que se preparaban en las casas y desde la colonia nos llegan historias de lo que los zamuros traían a la mente de esos antiguos pobladores de nuestro campo. Hoy día los zamuros van perdiendo terreno en nuestras ciudades y ganándolo en los botaderos de basura.
A veces nos detenemos a mirarlos en su vuelo y podemos notar la gracia con que aprovechando las corrientes térmicas ascienden sin mover una pluma, para luego descolgarse a impresionante velocidad, jugando con el viento y haciendo que su cuerpo, carne y sangre, desafíe a la tecnología al soportar presiones y gravedades que difícilmente alcanzan los artilugios de nuestra época.
Cuando se observa su desempeño grupal, se ve como defiende a su cría, a quien enseña a utilizar su muy poderoso olfato.
Llámese como se les llame: Zamuro, Guajolote, Aura u otro nombre, siempre su trabajo en la tierra es el mismo, librarnos de los cuerpos en descomposición.
Se dice que nada es totalmente malo o totalmente bueno, lo seguro es que nada es perfecto.
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