7.10.06

Buenas Costumbres

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Buenas costumbres

En el pasado, para bien o para mal, cumplido o no cumplido, los funcionarios públicos que accedían a sus cargos debían presentar una declaración jurada de bienes, igualmente debían hacerlo al entregar el cargo.


Los tiempos han pasado y hablar hoy de declaraciones juradas, freno a la malversación y el dolo, parece fuera de contexto y “contra contra”. Los males que se ha prometido erradicar de la acción pública parecen más bien enquistarse y personas conocidas durante todas sus vidas como desposeídas de capital, hecho del que se afanaban orgullosos, hoy son dueños y/o socios de empresas de elevadísimos capitales. La magia de la palabra los ha catapultado hacia estadios económicos en los que nunca pudieron transitar antes de la maravilla “política”.


Las leyes, aquellas amigas de Sócrates que lo llevaron a aceptar la cicuta, no están siendo honradas. Se les está utilizando si, pero no para estas menudencias. Se asume que el salario de la revolución sea este, ponerlos donde hay, y se nota a la legua, como la epidemia de gripe, pues a las personas interpuestas también les da la gripe.


Los delitos contra la cosa publica se confunden con la viveza criolla y así vemos como, personeros de organizaciones que manejan fondos que no son del estado, los emplean en darse propaganda como si fuese la publicidad normal de la organización. Es como si no existiese un Procurador a nivel del estado o a nivel de las organizaciones, que vele por los intereses del estado o de la organización.


La historia patria nos cuenta que todas las Republicas se nos perdieron por la lenidad, eso es corregible, hace falta que pensemos que el bolsillo de la nación es nuestro bolsillo, y nos duela realmente.


El Libertador debe estar dando vueltas en donde se encuentre, al observar que nada de lo que trató de hacer en este sentido ha tenido éxito. El llamado Poder Moral no pasa de ser un saludo de aeropuerto, pues morales hay para todos los gustos. Y las “luces” que el veía como indispensables, titilan apagándose al enfrentarse a barbaridades históricas que no aceptan las realidades de la estadística o la aritmética simple.


No hay pena, ni quien piense en ella, contra los actos que atentan contra la fe publica. Y de eso se aprovechan los actores y descendientes de la “ineptocracia”. Consternados, hemos sido testigos presénciales de actos que, inmediatamente, han quedado asentados como inexistentes. No hace falta que repita la lista de ellos pues cada uno de los lectores, sin importar sus ideas políticas, los recuerda, o posiblemente los vivió.


Los actos contra la fe pública, como actos de lessa humanidad que son, no prescriben, y las pruebas las aportamos todos quienes hemos sido testigos de ellos. Como no existe duda sobre la no aplicación de las leyes en este momento, para quienes los cometen, se hacen “notitia criminis” a nivel internacional cuando se pretende utilizarlos como razonamientos justificatorios de actuaciones grupales ordenadas por una cúpula y ejecutadas a distancia por la masa.


Dados los resultados de los últimos comicios y visto que quien ganó fue la masa que no es política, que rechaza evidentemente los intentos de todos los bandos actuales para imponerse, valdría la pena preguntarse si el esfuerzo de gobernar en soledad absoluta vale la pena cuando se tiene un verdadero deseo de caminar hacia el progreso, o si es preferible ostentar un poder pirrico y moverse en aguas turbias y terreno movedizo, solo para obtener beneficios personales y grupales.


Pensar en una nueva generación política, que se pueda abstraer de toda la hez que hemos transitado en los últimos 76 años, sería maravilloso. Lo difícil estriba en separar las aguas y ver que es lo sucio y que es lo limpio de cada uno de los mecanismos de articulación de la sociedad que han estado presentes, “dialogando”, desde los inicios del siglo XX.


¿Será que la capacidad de dialogo de todos ellos ha estado más que perdída?.


Dictaduras, guerrillas, invasiones, muerte y hambre, han sido el resultado de la aplicación de esa “Política” que hemos venido aplicando desde entonces…

No nos basta con un siglo de perdida de tiempo?...

Que estamos esperando?

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